Todo empezó una calurosa mañana de agosto, llena de tedio, niños y sonidos de piscina. El aire, ya pesado, traía susurros de almohada, y siesta. Tal vez debí hacerle caso, ¿pero no! En mi inconsciencia de canguro paterno, decidí hacerle la comida a los niños.
¿Y que hago? Pues unos macarrones, sencillo y a la par nutritivo, y dan poco trabajo
Saco la cazuela, naturalmente, se caen todas las demás, detrás de ella. Es que se quieren mucho y no pueden vivir separadas.
Le pongo agua y sal, enciendo el fuego, y entonces me asalta la primera duda, el primer mal presentimiento, ¿a que no hay macarrones? Pues si los hay, menos mal
Echo el paquete entero y mientras se cuecen, a picar la cebolla, me agacho, a mirar en el cesto de las patatas, y el drama esta servido, no hay, A ver si hay suerte, y hay alguna mitad en la nevera, “nones”
Pues sin cebolla, mira mejor, así mientras se cuecen los macarrones, me voy al ordenador a cotillear un rato y perpetrar el pésimo poema.
Y mientras los macarrones cociendo, cociendo, cociendo, hasta que…
- ¡Papaaaaaaaa! Huele a quemado -
Saco los macarrones, los que se han podido salvar, Aun quedan bastantes y los marrones, al "dente", esos también valen
Me pongo a rascar la cazuela, para limpiarla claro, es la que pensaba usar para terminar la fechoría, y después de mucho “picar” la seco, la pongo al fuego, y a hacer la carne picada
Aceite, se calienta, echo la carne, pero como no había cebolla, se pega toda, por mas que rasco sigue pegándose, y pegándose, a y a la vez que se pega , se pone negra.
Y en esos momentos de angustia es cuando me crezco, y tengo mis mejores ideas
- Telepizza, en que puedo servirle -
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