Como canciones
tus palabras el recuerdo
me amanece

jueves, 27 de agosto de 2009

Atilano Estopiñan, rustico de la Hoya

Atilano, así le pusieron sus padres, estaba luchando con el enganche del remolque, que no le daba la gana separarse del tractor. Bufaba y maldecía entre los hierros untosos de grasa y polvo rojo.

El muchacho con sus pantalones de travesía, y su camiseta con hojas de marihuana se acerco a el. Formaba parte un grupo que hacia unos minutos habían llegado a la plaza, y estaban sacando de su coche las mochilas. Era uno de tantos grupos que últimamente se veían por el pueblo, venían a lo que ellos llamaban “hacer barrancos” y Atilano denominaba “lijarse las almorranas”

- Por favor – dijo el muchacho - ¿Sabe usted donde podríamos comprar pan?
- ¡Uhgggg! – gruño Atilano tirando del pasador – Si, allá abajo, en la tienda, pero aun es pronto.
- Gracias
- ¿Me echas una mano a desatorar esto?

El chico miro el enganche como quien mira los instrumentos de precisión de un cirujano, aun así asintió. Si el muchacho fuera un experto le hubiera dicho que con arrancar el tractor y echar un poco marcha atrás… pero no lo era, y Atilano era muy tacaño como para gastar gasoil arrancando el monstruo de ruedas enormes

- Mira zagal, cuando yo empuje remolque, tu tira del pasador hacia arriba, pero cuidado, desde arriba, no te vayas a pillar la mano.

Y se pusieron manos a la obra. Los otros muchachos, dos chicas y un chico, al ver la escena se aprestaron a su vez a empujar el remolque.

Y por fin el pasador cedió, y el remolque quedo desenganchado

- A ver zagales, estáis invitados a almorzar en mi casa, y no acepto un no.

Los chicos, aceptaron, entre encantados y algo atemorizados, la mirada de Atilano, bajo la sombra de su gorra verde de la Caja Rural, certificaba la no admisión de un no a su propuesta.

Entraron en la casa, siguiendo al enorme Atilano. Porque Atilano era un rustico muy alto, mas que cualquiera de los cuatro muchachos de ortodoncicas y sanas dentaduras.

- “Sentaos” a la mesa, que yo voy a buscar unas magras, y el vino, o ¿preferís cerveza?

La mesa estaba cubierta por un hule de flores improbables, la estancia estaba muy limpia, y del suelo de color teja, se desprendía un leve olor a lejía y jabón lagarto. Sobre el aparador una jineta disecada, mostrando fieramente los dientes.

Pero los que mas fascino a los muchachos, lo que les hipnotizo fueron las fotos, que en toda la extensión de la sala cubrían las paredes. Fotos y recortes de prensa en lengua inglesa.

En las fotos aparecía un Atilano mas joven, vestido de ciudad, de ciudad de Nueva York.

Fotos de Atilano sonriente junto Jagger, Atilano besando a Debbie Harry, Atilano y sus ojos azul hielo, entre Yoko Ono y Lennon., Atilano con un bajo detrás de Chrissie Hynde, como si fuese uno mas de los Pretenders. Recortes que hablaban de tal y cual concierto y de un bajista, llamado Atila Stivens.

Atilano volvió con el enorme plato de jamón, cortado en lonchas de casi medio centímetro, un manojo de botellines, y la frasca de vino rancio. Del aparador de la jineta, saco dos hogazas de pan. De pan prieto, y corteza brillante.
Al verlos aun de pie, fascinados por las fotos sonrió y sus fieros y rurales ojos azules, de común llenos de campos de cebada, se suavizaron, se comprendieron.

- Ir comiendo las magras, que yo mientras frió unos chorizos y alguna morcilla, y luego cuento.

Y así paso, cuando Atilano volvió, con infinitos chorizos y océanos de morcilla, se sentó, y comenzó a hablar.

Les contó cuando hizo la gira con los Pretenders como bajista de apoyo, de las noches del Studio 54, de lo imbecil que era Warhol, de las curdas bíblicas de Keith Richards, y de sus años en la Babilonia. De cómo dejo el pueblo cuando tenia su edad y marcho a América, con cuatro perras y una guitarra.

Incluso saco su bajo, y un pequeño amplificador y los 5 cantaron entre innumerables botellines, gritando como náufragos, el “satisfaction” de los Rollins.

Y así paso el día, entre historias, risas, y canciones de los Rollins,

Ya era tarde y Atilano les dijo:

- “Quedaos” a dormir, hay camas de sobra, y si no, podéis poner la tienda en el patio de atrás, mañana me echáis una mano con la paja y luego nos hacemos una costillas en el fuego.

Los chicos aceptaron, que mejor que recoger paja con una casi estrella del rock.

Al día siguiente se deslomaron a recoger pacas, se pusieron morados de costillas a la brasa, y cantaron hasta quedar afónicos.

Jamás habían hecho una acampada tan “guay”.

- Volved cuando queráis – dijo Atilano la despedirse de los muchachos – pero si queréis mas magras, hay que trajinar, y... guardarme el secreto.

Claro que volverían, y claro que le guardarían el secreto, nadie les iba a creer.

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