Como canciones
tus palabras el recuerdo
me amanece

martes, 12 de agosto de 2014

Mordor



A su frente estaba la tierra del mal, solo de ella le separaba un leve muro de piedra falsa, a sus espaldas, altos farallones perforados por huecos de los que colgaban los estandartes de los orcos y trasgos que veía poblar apiñados en el espacio existente entre ella, y aquel agua tibia, gris, casi toxica por las sudoraciones aclaradas de las criaturas informes que tenia ante sus ojos.

Busco infructuosamente un hueco por el que pasar entre la maraña de escudos multicolores sobre picas clavadas en la arena, incluso creyó contemplar una cabeza clavada en ellas, pero no tenía miedo, era madre, y las madres no tienen miedo.

Pequeños orcos correteaban entre los escudos, debajo de los cuales dormitaban sus progenitores, exhibiendo sin pudor prominentes barrigas, hirsutas espaldas, pechos caídos, cuerpos aceitados y grasientos. Unos a otros se frotaban ungüentos lechosos, de aspecto seminal, haciendo que sus deformidades brillaran aun más.

Por un momento olvido su misión, y se miro a ella, miro la tela multicolor que cubría sus caderas, hasta justo por encima de sus rodillas, comprobó la colocación correcta de los triángulos de tela negra que protegían y sujetaban sus pechos, y sintió alivio, aun tenían el recuerdo de aquel pasado no muy lejano, anterior a la llegada de los dos seres bajitos que le acompañaban

Pero no, la misión no admitía distracciones, ni autocomplacencia, la misión era lo importante, y nada, ni siquiera su propia autoestima, le haría desistir de ella.

Al fin diviso un paso, era complicado, a la derecha había una enorme orca sentada en una silla baja, a la izquierda, un trasgo de tableta de chocolate y cuerpo depilado,y que le miraba, valorando, le pareció a ella, la fortaleza de las armaduras de su pecho.

¡¿Quién dijo miedo?! Avanzo un pie solo cubierto en su planta por pedazo de goma con pulpos y delfines dibujados en el, de forma infantil.

Al posar el pie en aquellas arenas, sintió que el fuego del infierno se colaba por entre sus dedos, un agudo dolor le recorrió el pie, y la pierna hasta la rodilla. En vez de retirar ese pie poso el otro mientras comprobaba si los pies de sus impacientes criaturas, estaban protegidos contra las ardientes y corrosivas arenas.

Avanzaron unos metros, pero el paso ansiado se cerró justo ante su cara. Un orco sin pelo en la cabeza y enormes manos se planto en él, secándose el agua que le chorreaba, como si fuera la sangre de sus víctimas.
¿Qué hacia ahora? Se encontraban en la tierra de nadie, sobre el fuego de la arena, y solo dos opciones que tomar, a cada cual peor.

Se enfrentaba al orco de las grandes manos, o se desposeía de sus protecciones negras triangulares y le pediría al musculoso trasgo que le dejara un hueco para ella y sus criaturas.

Esta última opción le pareció la mejor, al fin y al cabo las miradas de un trasgo nunca mataron a nadie, por muy babosas y malignas que fueran, y seguro que la cosa no pasaría de allí. Y trasgo seria, si, pero trasgo bien hecho.

Cuando ya tenía el cordón que sujetaban las protecciones entre sus dedos dispuesta a enfrentase a la misión a pecho descubierto. Ocurrió lo inimaginable.

Saliendo de las reverberaciones del aire calentado por infierno amarillo de la arena,

Apareció un hombre, de tez oscura, pelo rizado. Un hombre proveniente de las tierras del ecuatoriales del sur, allende  el toxico mar.

Ese hombre grito una maldición, un aullido que hizo desmoronarse todo plan previo..

-- ¡Bombó helao, bombó helao! -

Todo se descontrolo.

Una de sus criaturas salió corriendo colándose entre la enorme orca, y su pariente calvo.

-- ¡Mama! me voy a bañar – y desapareció entre las informes cantidades de carne de ambos orcos.

La otra criatura, mas pequeña se agarro de su pareo, pidiendo:

-- Mama, quiero un helado –

Con tal fuerza se agarro que lo arranco, provocando una mirada del trasgo hacia el espacio entre sus piernas y su abdomen. Lo cual provoco otra distracción en su pensamiento que pudo ser fatal.

--¿Iré bien depilada? –

Pero aun así podía salvar la misión, llamo de forma amenazante al duende mayor, ignoro a la duende pequeña mientras le asía fuerte de la mano.

Pero, desde el muro que separaba el infierno, del paseo con raquíticas palmeras que jamás conocerían gloria, solo maldad. Otro hombre, el otro responsable de sus criaturas le grito:

- ¡Marian! No bajo a la playa, que me he encontrado a un antiguo compañero de colegio y me voy a tomar algo con el –

Ella le miro, intentando que por sus ojos saliera aquel fuego que brotaba de las arenas, y abrasaba sus pies. 

Pero solo le salió una frase

-- ¡Vete a la mierda! –

Tal fuerza tuvo el grito, que hizo sacar la mirada de la orca ingente de la revista, que hizo que el duende mayor desistiera de su propósito de bautismo mugriento en el mar. 

Cogió ambos duendes de la mano, dio media vuelta y se dirigió de nuevo al paseo.

Ya solo un pensamiento ocupaba su cabeza.

-- Mañana mismo a la Comarca-Madrid, y después al chalet de mi hermano en Rivendell-Galapagar, con su ridícula piscina. Y si hay que aguantar a la puta elfa de mi cuñada, diciendo lo bien que cocina, lo bien que tiene a sus hijos, lo bien que hace la compra y hasta lo bien que folla, ¡se aguanta! Pero nunca más volvería a la tierra de Mordor-Benidorm –

Ni siquiera para salvar el anillo que aún conservaba en su dedo, y que pensaba arrojar este mismo otoño a los fuegos del destino.

Allí sobre la arena, quedo el pareo de tantos colores, comprado con la ilusión de todo un año de unas vacaciones que fueran distintas a lo cotidiano y vulgar de su vida.

Allí quedo para que lo disputaran como hienas la carroña, orcos, trasgos, y demás habitantes de la tierra del mal.

domingo, 27 de julio de 2014

La grieta


Sentado en el bordillo.
Miraba el espacio entre la pared y el suelo. Una esquina rellena de cemento, con marcas de dedos, unos grandes, y otros chiquititos.

Lo miraba como si en ese cemento estuviera grabado el tiempo perdido, como si parte de su fracaso, de su dolor, de su ausencia estuviera escrito en el, en cada marca de sus dedos

Y se acerco una niña

— ¿Qué miras Papa?—le dijo
— Nada –

La niña miro en la misma dirección que el

— ¿Te acuerdas papa cuando rellenamos la grieta? –
— Si, ¡claro! Fue el año pasado – como no se iba a acordar, pensaba que no debió rellenar aquella grieta. Sino otras
— Mira, estos son tus dedos y estos los míos – dijo tocando el cemento – los míos ahora son mas grandes, a ver los tuyos –

Él puso su dedo en las marcas grandes

— Pues los tuyos son iguales, Papa –

El pensó, que ya nada es igual, que daría algo por poder regresar a aquel momento.

— ¿Te acuerdas Papa? Fue el día antes de que te marcharas a ese viaje tan largo, estabas muy raro. Todos estabais raros ¿Te vas a ir mañana? –
—No bichejo, mañana no, aun quedan bastantes días. Anda ponte algo seco y vamos a sacar al perro –
— ¡Vale! ¿Lo puedo llevar yo?—
—Claro, pero con las zapatillas – y tiro a la niña de una de sus trenzas
— ¡Papaaa! No me tires. No me gusta –

Y la niña se metió en la casa corriendo, dejándole con una gran sonrisa.

jueves, 17 de abril de 2014

Hola Petirrojo



--  Hola petirrojo –
El petirrojo me miraba a un metro escaso de mí, mientras yo cavaba otro surco del huerto que no tendrá hortalizas este año. Solo lo hacía por hacer, pero mantener la cabeza fuera de todo, y sobretodo cansarme, cansarme mucho y poder dormir.
Se acerco mas, yo me quede quieto al principio para no asustarlo pero poco a poco me senté, el me miraba, con su ojo oscuro, y mucho descaro
-- Hola petirrojo – repetí  el saludo
El siguió mirándome con el mismo descaro de siempre, sin miedo
--  Anda que si llego a ser mala persona, a la distancia que estas te escacharro de un tozolón -
-- Bueno cuéntame ¿Qué buen augurio me traes hoy? –
El petirrojo dio un pequeño vuelo, y se poso a la misma distancia pero ya a mi izquierda y ahí nos quedamos mirándonos ambos.
Y entonces abrió el pico, y dijo:
-- Definitivamente humano, has perdido la chaveta, ahora también hablas con los pájaros,  ¿pero tú que te crees?  ¿San Francisco? – Y sin esperar mi respuesta añadió –  Además, ¿De dónde te sacas que nosotros los petirrojos  traemos buenos augurios?
-- Ya lo decían los romanos –
-- Yo no sé quiénes son esos señores, pero están equivocados, yo vengo porque remueves la tierra y sacas unos bichos muy ricos, ñam ñam –
-- ¿Entonces el verte no significa que me vaya a ocurrir algo bueno? –
-- ¡Pues no!  ¿Pero que bueno quieres que te ocurra? –
-- Que me quiera –
-- ¡Yo! ¿Estas loco? –
-- No, tu no, ella –
--¿Y quién es ella? – Pego otro saltito - ¡Ah! La humana que siempre citabas cuando me veías, y luego no hacías nada más –
-- Si –
-- Pues yo no puedo hacer nada, solo soy un petirrojo, como mucho puedo ir a verla, ¿Donde está? –
-- Muy lejos, en …….. –
-- ¡Hala! Hasta allí no puedo ir, y menos ahora que tengo a la parienta en el nido, con tres huevos preciosos, pero se lo puedo decir a mi primo que hable con otro primo de mas allá y así sucesivamente, lo que no te aseguro que el mensaje llegue igual, ya sabes cómo son estas cosas –
-- Da igual, con que vea un petirrojo, pensara en mí –
-- Pues lo hare, pero sigue cavando que la familia tiene hambre, y hoy no me sacas muchos bichos –

jueves, 27 de marzo de 2014

Los dos suspensos



Lo primero que pensé cuando le vi, fue: ¡Que cosa mas bonita!, Y pequeña, prácticamente cabía en una sola mano mía, ¡pero estaba tan bien hecha! Tenía cara de mal genio y los labios muy rojos, era como una muñequita cabreada.

Seguramente por sentimiento de culpabilidad, durante los 8 meses anteriores no hubo día que no deseara que ese momento no llegara. que no naciera, o por la ternura que me produjo, pero me prometí que le cuidaría siempre.
Los primeros cuatro meses salvo un biberón esporádico, y poco mas casi no me entere.

¡Pero! A los cuatro meses, fue toda mía de lunes a viernes, y empezó la aventura.

Primero aprendí después de destrozar cuatro o cinco pañales  cual era el derecho y el revés, y que aunque huelan tan mal, no es que se hubiera podrido por dentro.

El primer día que paso en mi casa, bueno en donde yo vivía, paso que me tenía que duchar, por quitarme el olor de las ovejas, y por no dejarla sola, la puse en el “huevo” encima del la tapa del WC, mientras me duchaba.

Mientras estaba disfrutando del agua caliente oí un golpe, abrí la cortina y ahí estaba, en el suelo, el huevo boca abajo, no sé cómo había resbalado, al salir a toda prisa para cogerlo resbale yo y me di el gran trompazo, no sentí dolor en ese momento, solo durante las dos semanas siguientes, en ese momento solo pensaba buscar lesiones en la pobrecica, la cual solo sonreía, yo creo que le gusto el viaje.

Y llegaron los meses de horario fijo. A las diez de la noche, hiciera frio, o calor, Papa estuviera cansado, o descansado, limpia o sucia, comida o sin comer, abría la boca, y se lloraba sus buenas tres horitas, de reloj, cólicos del lactante dijeron, mala leche mas bien diría yo.

La única forma de que callara, era tenerla en brazos. Pero no valía sentado, o tumbado, tenía que ser de pie. Por un extraño sentido detectaba que me sentaba, y abría la boca.

Y de esa forma, de pie, apoyado en pared me vi la filmografía completa de Ford, y otras muchas. Todos los días… llantos y cine, cine y llantos.

Cuando dejo de llorar a plazo fijo, comenzó la lucha por impedir que comiera boñigas de oveja que para ella debían ser un manjar exquisito, por la fruición con que se las metía en la boca. 

Y más o menos en esos asuntos pasamos tres años juntos.

Hoy le he llevado al dentista.

Y me sale muy contenta, diciendo me:

-- ¡Papa! Me han quitado la parte de abajo del aparato, mira que bien hablo –
-- ¡Que bien! Qué guapa vas a quedar. ¿Nos vamos a casa?
-- Si –

Ya en el coche, le pregunto:

-- ¿Qué tal el cole? –
-- Bien, hoy en el recreo hemos jugado al corre pilla –
-- ¡Que diver! – respondo yo

Llegamos a su casa...

Y cuando se va a bajar me dice:

-- Papa, te quiero –

A mí se me hace un nudo en la garganta y solo alcanzo a responder

-- Yo también –

Se empieza pelear con la mochila para bajar del coche y mientras lo hace, me dice:

-- He suspendido matemáticas –

Y yo que aun tengo la congoja y la emoción de antes, repito

-- Yo también –

-- ¡Ves! Si es que son un rollo –

Cierra la puerta y se va toda pizpireta, entrando en el portal, arrastrando la enorme mochila rosa de Violeta, coletas al viento.
Y yo me quedo en el coche sintiéndome culpable por fomentar los suspensos en matemáticas, por no pasar mas tiempo con ella, y lleno de amor por mi niña.