Lo primero que pensé cuando le vi, fue: ¡Que cosa mas bonita!, Y pequeña, prácticamente cabía en una sola mano mía, ¡pero estaba tan bien
hecha! Tenía cara de mal genio y los labios muy rojos, era como una muñequita
cabreada.
Seguramente por sentimiento de culpabilidad, durante los 8
meses anteriores no hubo día que no deseara que ese momento no llegara. que no naciera, o por
la ternura que me produjo, pero me prometí que le cuidaría siempre.
Los primeros cuatro meses salvo un biberón esporádico, y poco
mas casi no me entere.
¡Pero! A los cuatro meses, fue toda mía de lunes a viernes,
y empezó la aventura.
Primero aprendí después de destrozar cuatro o cinco pañales cual era el derecho y el revés, y que aunque
huelan tan mal, no es que se hubiera podrido por dentro.
El primer día que paso en mi casa, bueno en donde yo vivía, paso
que me tenía que duchar, por quitarme el olor de las ovejas, y por no dejarla
sola, la puse en el “huevo” encima del la tapa del WC, mientras me duchaba.
Mientras estaba disfrutando del agua caliente oí un golpe, abrí
la cortina y ahí estaba, en el suelo, el huevo boca abajo, no sé cómo había resbalado,
al salir a toda prisa para cogerlo resbale yo y me di el gran trompazo, no sentí
dolor en ese momento, solo durante las dos semanas siguientes, en ese momento
solo pensaba buscar lesiones en la pobrecica, la cual solo sonreía, yo creo que
le gusto el viaje.
Y llegaron los meses de horario fijo. A las diez de la noche,
hiciera frio, o calor, Papa estuviera cansado, o descansado, limpia o sucia,
comida o sin comer, abría la boca, y se lloraba sus buenas tres horitas, de
reloj, cólicos del lactante dijeron, mala leche mas bien diría yo.
La única forma de que callara, era tenerla en brazos. Pero
no valía sentado, o tumbado, tenía que ser de pie. Por un extraño sentido detectaba
que me sentaba, y abría la boca.
Y de esa forma, de pie, apoyado en pared me vi la filmografía
completa de Ford, y otras muchas. Todos los días… llantos y cine, cine y
llantos.
Cuando dejo de llorar a plazo fijo, comenzó la lucha por
impedir que comiera boñigas de oveja que para ella debían ser un manjar exquisito,
por la fruición con que se las metía en la boca.
Y más o menos en esos asuntos pasamos tres años juntos.
Hoy le he llevado al dentista.
Y me sale muy contenta, diciendo me:
-- ¡Papa! Me han quitado la parte de abajo del aparato, mira
que bien hablo –
-- ¡Que bien! Qué guapa vas a quedar. ¿Nos vamos a casa?
-- Si –
Ya en el coche, le pregunto:
-- ¿Qué tal el cole? –
-- Bien, hoy en el recreo hemos jugado al corre pilla –
-- ¡Que diver! – respondo yo
Llegamos a su casa...
Y cuando se va a bajar me dice:
-- Papa, te quiero –
A mí se me hace un nudo en la garganta y solo alcanzo a
responder
-- Yo también –
Se empieza pelear con la mochila para bajar del coche y
mientras lo hace, me dice:
-- He suspendido matemáticas –
Y yo que aun tengo la congoja y la emoción de antes, repito
-- Yo también –
-- ¡Ves! Si es que son un rollo –
Cierra la puerta y se va toda pizpireta, entrando en el
portal, arrastrando la enorme mochila rosa de Violeta, coletas al viento.
Y yo me quedo en el coche sintiéndome culpable por fomentar
los suspensos en matemáticas, por no pasar mas tiempo con ella, y lleno de amor
por mi niña.
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