Delta del Okavango, Bostwana
Llegas a un poblado, cuatro cabañas de palos y barro, rodeando a otra cabaña un poco mas grande, de palos y barro, cabras, muchas cabras, algún niño, y las omnipresentes moscas.
Y todos los compañeros de viaje, ellas sobre todo, entusiasmados dicen que paremos a echar un vistazo. Uno, que no obstante tiene alguna experiencia en África, ruega encarecidamente que no se pare, que “¿pa que?” que de allí no podría salir nada bueno, que con mucha suerte solo te picarían dos chinches, que te pique una sola seria una chiripa harto improbable.
Pero no me hacen caso, y allí, en el centro del poblado se planta un grupo de europeos con sus ridículas cámaras colgando.
Y la gente del poblado sale a recibirnos. Hay que reconocerlo, son encantadores, lo digo en serio, siempre sonrientes, y encantadores. Y uno que ya tiene alguna experiencia en África sabe que allí no va a pasar nada bueno.
Y nos rodean, y nos agasajan, todo es simpatía, todo el mundo sonríe, salvo las cabras.
Y uno que ya tiene alguna experiencia en África sabe que no va ocurrir nada bueno
Nos invitan a pasar a las cabañas, y uno que ya tiene alguna experiencia en África sabe que no te puedes negar, seria un desplante, muy feo.
Yo me niego con todas mis fuerzas pero una mujer me arrastra firmemente hacia una cabaña. Me resisto, pero todo es inútil
Cuando ya estoy dentro y mis ojos se acostumbran a la oscuridad, distingo los objetos que me rodean
Algunas esterillas raídas para sentase, calabazas, un montón de palos para el hogar, y un puchero humeante, y el omnipresente olor a boñiga quemada.
La mujer me invita a sentarme al lado de una figura humana que sentada ya estaba. Cuando lo hago, distingo la figura, es el abuelito, allí sentadito, mas seco que un arenque ahumado, e igual de muerto. Ya sabia yo que la cosa no iba a ser agradable.
Pero claro, la cosa no puede quedar ahí, la señora coje un calabaza pequeña, un cazo, y te sirve del puchero un buen chorreton de lo que parecía un té, hecho de quien sabe que hierbajos.
“De perdidos al río”, te lo tomas
Ya fuera del poblado cuando ya has continuado ruta, descubres lo que era el brebaje.
¡Era una poción mágica! Con el increíble poder de hacerte recordar a las simpáticas gentes del poblado… cada media hora, en cuclillas entre los matojos.
Y el único consuelo que te queda es poder gritar, entre retortijón y retortijón, a los que se agachan en los matojos vecinos:
- ¡Os lo dije, de allí no sacaríamos nada bueno! -
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