Sentado en el bordillo.
Miraba el espacio entre la pared y el suelo. Una esquina
rellena de cemento, con marcas de dedos, unos grandes, y otros chiquititos.
Lo miraba como si en ese cemento estuviera grabado el tiempo
perdido, como si parte de su fracaso, de su dolor, de su ausencia estuviera
escrito en el, en cada marca de sus dedos
Y se acerco una niña
— ¿Qué miras Papa?—le dijo
— Nada –
La niña miro en la misma dirección que el
— ¿Te acuerdas papa cuando rellenamos la grieta? –
— Si, ¡claro! Fue el año pasado – como no se iba a acordar,
pensaba que no debió rellenar aquella grieta. Sino otras
— Mira, estos son tus dedos y estos los míos – dijo tocando
el cemento – los míos ahora son mas grandes, a ver los tuyos –
Él puso su dedo en las marcas grandes
— Pues los tuyos son iguales, Papa –
El pensó, que ya nada es igual, que daría algo por poder
regresar a aquel momento.
— ¿Te acuerdas Papa? Fue el día antes de que te marcharas a
ese viaje tan largo, estabas muy raro. Todos estabais raros ¿Te vas a ir mañana?
–
—No bichejo, mañana no, aun quedan bastantes días. Anda
ponte algo seco y vamos a sacar al perro –
— ¡Vale! ¿Lo puedo llevar yo?—
—Claro, pero con las zapatillas – y tiro a la niña de una de
sus trenzas
— ¡Papaaa! No me tires. No me gusta –
Y la niña se metió en la casa corriendo, dejándole con una
gran sonrisa.