Me desperté, cegado por la luz de un sol mediterráneo que
entraba a través de unas contraventanas venecianas. No sabía dónde estaba, era
una cama alta con cabecero de hierro, y remates en bronce. En las paredes
desnudas algunos desconchones dejando ver antiguos colores, ya muertos, que
alguna vez debieron cubrir las paredes
ahora blancas.
Estaba claro que aquello no era la lluviosa Olmeda donde en
invernal noche había dormido. Olía a lilas, tomates, café, y verano.
Me incorpore muy confundido, pero al ver el suelo, un suelo
de cerámica roja. Baldosas cuadradas de superficie irregular, con grietas de
siglos, supe donde estaba. Pero aun así era imposible.
Esa cama, esos desconchones, esa habitación, esa casa, ese
verano, ese mundo ya no existía.
Pero todo, ya era familiar, era conocido, era amable.
Oí las voces. Y con la familiaridad de quien recorre su
casa, aunque nunca fue mía, me dirigí al porche.
En el porche, en torno a una mesa, cuatro personas en amable
charla, era una mesa redonda, hecha de trozos de cerámica con un agujero en el
centro. Encima de la mesa, tazas, la cafetera de aluminio requemado y muchos,
muchos papeles. Dando sombra, un lilo, paseado por las avispas de siempre.
-- Por fin te has levantado Carlos, pero podías haberte puesto
pantalones – Dijo Leni Riefenstahl sonriéndome, llevaba un vestido años
cuarenta con falda amplia y cuello de encaje – anda ven a sentarte. –
-- Lo siento, yo siempre duermo así, en camiseta y calzoncillos –
-- Albert, córrete un poquito para que se siente Carlos –
El tal Albert era un medio anciano de pelo blanco largo todo
alborotado, que estaba ensimismado en algo que tenía en las manos.
-- Espera un poco Leni – replico Einstein – que se me va a
caer todo el canuto.
Yo mientras miraba el paisaje que me rodeaba, el porche,
todo era tal cual, los arriates con geranios, los cubos llenos de fósiles, las montañas peladas al fondo, con algún
rebaño huérfano.
Pero una cosa me chocaba, algo era muy distinto, donde
estaba el huerto, había una cancha de baloncesto, y en ella un tipo larguirucho,
muy delgado, con gafas redondas, jugando como un poseso. Por un momento pensé
que era mi viejo amigo Lele, pero no, este tenía pelo.
-- ¿Y esa cancha? – Pregunte – no recuerdo que estuviera
allí.
-- Es que si no había campo de baloncesto Stephen no venia –
dijo el otro tipo, el los ojos azules, casi glaucos.
¡Anda! Siéntate – dijo Leni, y añadió – Albert pasa el canuto, ¡pero que ansias eres!
Me senté
-- Bonita camiseta llevas Carlos – dijo Leni
Repare en la camiseta que llevaba, era la vieja camiseta de
las ranas bailando que me pinto ese mismo verano, o aquel verano.
-- Me la ha hecho Ella, ayer –
-- Dirás mañana, eso aun no ha ocurrido – sonrió Leni
El tipo de los ojos glaucos, reía a mandíbula batiente, no
debía ser el primer canuto que circulaba, pero su risa me pareció grosera.
-- ¿Y tu cómo te llamas? – pregunte dirigiéndome al risueño
-- ¿Yo?
Werner –
-- Werner
¿Qué? –
-- Werner
Heisenberg – respondió
-- ¿El de la incertidumbre? –
-- ¡El mismo! –
-- Entonces el de la cancha, jugando al baloncesto ¿es?
¿Stephen Hawking? –
-- ¡Exacto! – dijo Leni
-- ¿Pero no está impedido?
-- Y nosotros muertos, ¿y que? –
-- Esto es una pesadilla, me vuelvo a la cama –
-- Ni te muevas – dijo Albert – no he terminado el canuto
Solo faltaba un personaje en aquella mesa por conocer, era
una chica, muy jovencita, con el pelo corto, unos bellos ojos color miel con
los que miraba al vacio, ausente, fuera de ese tiempo. Me era muy familiar.
-- Y tu quien eres – le pregunte, ella ni se inmuto, como si
no me oyera
-- No es nadie aun -
dijo Werner – Es alguien que quizás conozcas, o no, todo depende
-- ¿Y que hago yo aquí? ¿Y que hacéis vosotros?
-- Pues estas aquí porque todas la noches, todas, antes de
dormirte ruegas a Dios, a Buda, a Ala, al destino, al universo, leyes de la física incluida,
poder retroceder en el tiempo, y se te ha concedido.
-- Pero yo no pedí volver a este tiempo –
¿Cómo que no? – Dijo Leni – lo pediste, y luego pediste
volver al día antes de que la cagaras en África, y luego pediste volver a tal y
a cual.
-- Yo ya solo quiero volver a unos meses atrás, un año a lo
sumo y hacer las cosas bien –
-- ¿No te das cuenta de lo absurdo que es eso? – dijo una
voz a mi espalda
Me di la vuelta y allí estaba Hawking de pie, todo sudado
con la pelota en la mano
-- No te das cuenta que si hubieras vuelto, a este día, a
este mismo día, cuando lo pediste, no existirán tus hijos, por ejemplo, o a
ella – dirigiéndose a la muchacha de mirada ausente - no la conocerás –
-- Ya, pero yo ya no quiero volver a hoy, sino a otro verano
–
-- Eso ya no es posible Carlos – dijo la muchacha que se
había convertido en una bella mujer madura de largos rizos rojizos
-- ¡Pero yo quiero que lo sea! –
Sentí un mareo, sería el canuto de Einstein, pero cuando
recobre la visión clara, todos habían desaparecido, hasta la cancha.
Y la oí
-- ¡Carlos!, ¡Carlos!, traigo churros –
Y apareció por la puerta del porche, con su pelo rubio
rizado y sus ojos azules como en aquel ultimo verano.
Entonces sentí una punzada en el bajo vientre, y volví a
aparecer en una cama,
Me levante, fui al baño, orine, temblando de frio, miedo, y
nostalgia.
Cuando volví a la cama mire la hora en el móvil, las cuatro
de la madrugada, aun tengo tiempo de tener otra pesadilla.