Como canciones
tus palabras el recuerdo
me amanece

viernes, 28 de febrero de 2014

Sobre el Horizonte



Sobre el horizonte, como un palmo por encima de este se distinguía un puntito brillante, aunque si te fijabas mucho era un punto doble.

Pero en aquel atardecer, el punto, la estrella, solo era una, resplandeciente, sobre las montañas rojizas.

Dos personajes, con sus espaldas apoyadas en una roca, hombro con hombro la contemplaban en silencio, en realidad el silencio era casi obligado, en aquel paraje todo sonido, todo ruido, era leve, atenuado, lento.

El sol ya casi ocultándose a sus espaldas era lejano, frio, chiquitito, Digamos como un sol de bombilla mortecina de cualquier servicio mal oliente a miles de kilómetros de distancia

-- ¿Cuanto falta? – pregunto uno de los personajes
-- No sé, creo que unos 49 días –
-- ¿Tan poco? – volvió a preguntar el primer individuo, después de un silencio de minutos
-- Si, más o menos –
-- ¿Y que pasara si no vienen? –
-- Nada, tendremos que esperar otros dos años –
-- ¿De aquí o de allí? –
--  De aquí –

En ese momento una leve y fría brisa como todo allí, levanto un ligero polvo pardo que les cubrió el rostro de brillos rojizos

-- Pues seguramente moriremos –
-- Ya estamos muertos –
-- ¿Estas seguro? –
-- No –
-- Pues si no estás seguro, no digas esas cosas –
-- ¿Cuánto hace que no sientes frio? ¿Cuánto hace que no oyes el zumbido del respirador? ¿Cuánto hace que no sientes nostalgia de casa? –
-- Mucho, si –
-- Yo tampoco tengo ya nostalgia –

El sol chiquitito continúo alargando las sombras de cada piedra,  rallando la superficie

El puntito brillante se hizo mas evidente en horizonte

-- ¿Cuánto falta? –
-- No sé, creo que unos 48 días –
-- ¿Tan poco? –
-- Si, más o menos –

Sobre la superficie de Marte dos figuras inmóviles, secas, heladas,  contemplan una estrella llamada Tierra, en el horizonte rojo

martes, 11 de febrero de 2014

El continuo espacio-tiempo



Me desperté, cegado por la luz de un sol mediterráneo que entraba a través de unas contraventanas venecianas. No sabía dónde estaba, era una cama alta con cabecero de hierro, y remates en bronce. En las paredes desnudas algunos desconchones dejando ver antiguos colores, ya muertos, que alguna vez debieron  cubrir las paredes ahora blancas.

Estaba claro que aquello no era la lluviosa Olmeda donde en invernal noche había dormido. Olía a lilas, tomates, café,  y verano. 

Me incorpore muy confundido, pero al ver el suelo, un suelo de cerámica roja. Baldosas cuadradas de superficie irregular, con grietas de siglos, supe donde estaba. Pero aun así era imposible.

Esa cama, esos desconchones, esa habitación, esa casa, ese verano, ese mundo ya no existía.

Pero todo, ya era familiar, era conocido, era amable.

Oí las voces. Y con la familiaridad de quien recorre su casa, aunque nunca fue mía, me dirigí al porche.
En el porche, en torno a una mesa, cuatro personas en amable charla, era una mesa redonda, hecha de trozos de cerámica con un agujero en el centro. Encima de la mesa, tazas, la cafetera de aluminio requemado y muchos, muchos papeles. Dando sombra, un lilo, paseado por las avispas de siempre.

-- Por fin te has levantado Carlos, pero podías haberte puesto pantalones – Dijo Leni Riefenstahl sonriéndome, llevaba un vestido años cuarenta con falda amplia y cuello de encaje – anda ven a sentarte. –

-- Lo siento, yo siempre duermo así,  en camiseta y calzoncillos –

-- Albert, córrete un poquito para que se siente Carlos –

El tal Albert era un medio anciano de pelo blanco largo todo alborotado, que estaba ensimismado en algo que tenía en las manos.

-- Espera un poco Leni – replico Einstein – que se me va a caer todo el canuto.

Yo mientras miraba el paisaje que me rodeaba, el porche, todo era tal cual, los arriates con geranios, los cubos llenos de fósiles,  las montañas peladas al fondo, con algún rebaño huérfano.

Pero una cosa me chocaba, algo era muy distinto, donde estaba el huerto, había una cancha de baloncesto, y en ella un tipo larguirucho, muy delgado, con gafas redondas, jugando como un poseso. Por un momento pensé que era mi viejo amigo Lele, pero no, este tenía pelo.

-- ¿Y esa cancha? – Pregunte – no recuerdo que estuviera allí.

-- Es que si no había campo de baloncesto Stephen no venia – dijo el otro tipo, el los ojos azules, casi glaucos.

¡Anda! Siéntate – dijo Leni, y añadió – Albert  pasa el canuto, ¡pero que ansias eres!

Me senté

-- Bonita camiseta llevas Carlos – dijo Leni

Repare en la camiseta que llevaba, era la vieja camiseta de las ranas bailando que me pinto ese mismo verano, o aquel verano.

-- Me la ha hecho Ella, ayer – 

-- Dirás mañana, eso aun no ha ocurrido – sonrió Leni

El tipo de los ojos glaucos, reía a mandíbula batiente, no debía ser el primer canuto que circulaba, pero su risa me pareció grosera.

-- ¿Y tu cómo te llamas? – pregunte dirigiéndome al risueño

-- ¿Yo? Werner –

-- Werner ¿Qué? –

-- Werner Heisenberg – respondió

-- ¿El de la incertidumbre? – 

-- ¡El mismo! –

-- Entonces el de la cancha, jugando al baloncesto ¿es? ¿Stephen Hawking? –

-- ¡Exacto! – dijo Leni

-- ¿Pero no está impedido? 

-- Y nosotros muertos, ¿y que? –

-- Esto es una pesadilla, me vuelvo a la cama –

-- Ni te muevas – dijo Albert – no he terminado el canuto

Solo faltaba un personaje en aquella mesa por conocer, era una chica, muy jovencita, con el pelo corto, unos bellos ojos color miel con los que miraba al vacio, ausente, fuera de ese tiempo. Me era muy familiar.

-- Y tu quien eres – le pregunte, ella ni se inmuto, como si no me oyera

-- No es nadie aun -  dijo Werner – Es alguien que quizás conozcas, o no, todo depende

-- ¿Y que hago yo aquí? ¿Y que hacéis vosotros?

-- Pues estas aquí porque todas la noches, todas, antes de dormirte ruegas a Dios, a Buda, a Ala, al destino,  al universo, leyes de la física incluida, poder retroceder en el tiempo, y se te ha concedido.

-- Pero yo no pedí volver a este tiempo –

¿Cómo que no? – Dijo Leni – lo pediste, y luego pediste volver al día antes de que la cagaras en África, y luego pediste volver a tal y a cual.

-- Yo ya solo quiero volver a unos meses atrás, un año a lo sumo y hacer las cosas bien –

-- ¿No te das cuenta de lo absurdo que es eso? – dijo una voz a mi espalda

Me di la vuelta y allí estaba Hawking de pie, todo sudado con la pelota en la mano

-- No te das cuenta que si hubieras vuelto, a este día, a este mismo día, cuando lo pediste, no existirán tus hijos, por ejemplo, o a ella – dirigiéndose a la muchacha de mirada ausente -  no la conocerás –

-- Ya, pero yo ya no quiero volver a hoy, sino a otro verano –

-- Eso ya no es posible Carlos – dijo la muchacha que se había convertido en una bella mujer madura de largos rizos rojizos

-- ¡Pero yo quiero que lo sea! –

Sentí un mareo, sería el canuto de Einstein, pero cuando recobre la visión clara, todos habían desaparecido, hasta la cancha.

Y la oí

-- ¡Carlos!, ¡Carlos!, traigo churros –

Y apareció por la puerta del porche, con su pelo rubio rizado y sus ojos azules como en aquel ultimo verano.
Entonces sentí una punzada en el bajo vientre, y volví a aparecer en una cama,

Me levante, fui al baño, orine, temblando de frio, miedo, y nostalgia.

Cuando volví a la cama mire la hora en el móvil, las cuatro de la madrugada, aun tengo tiempo de tener otra pesadilla.